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Hay infancias que no tienen juegos, sino trincheras. Que no se recuerdan con nostalgia, sino con cicatrices. Esta es la historia de Ángel Ariel Moya Balbín, pero también la de tantos niños invisibles, desplazados por la indiferencia, marcados por la desigualdad y obligados a crecer antes de tiempo.Alberto Icarce nos lleva de la mano por una vida que empieza cuesta arriba: una niñez entre ausencias, silencios y heridas que no siempre se ven. Pero también nos muestra otra cara: la del niño que sobrevive, que aprende a pelear para enfrentar el bullying y abuso, que tiene gran perseverancia para sus objetivos, que busca el amor donde apenas queda un poco de ternura. El destino lo lleva a encontrar su camino en la vida y al amor que llega en plenitud, cuando más lo necesitaba.Sombras de la infancia, . busca memoria. Porque contar lo que dolió también es una forma de sanar. Porque, a veces, el corazón más fuerte es el que sigue latiendo después de haber sido ignorado.