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Glam Rock es un poemario, por momentos, exigente con el lector; aunque siempre da mucho más de lo que pide. Es también un libro de poemas entre el chiste y el ejercicio de estilo (léanse Marxismo para insectos o Gabinete de las maravillas); una recopilación que incluye textos de cierto erotismo que fusionan cuerpo y lenguaje (Los universales o Vocación Equi-); una suerte de poética que es a su vez posicionamiento del deseo y reafirmación en el encuentro con el otro, a través de poemas donde el amor se vuelve salvación o tregua (Estoy en paz. La calma / de quien adivina la derrota / anticipa tu mordisco). Por eso Glam Rock, como toda buena obra de arte, tiene algo de intento desesperado por combatir una pérdida anunciada. El ejercicio de escritura aparece aquí como acto de resistencia cuando todo invita precisamente a no llevarlo a cabo: escribir para traer la subjetividad, para llamar memoria a la imaginación, para desconfiar de aquello de lo que no podemos prescindir, para amar todo lugar interino (esos espacios efímeros de nuestras odiseas contemporáneas), para conectar esos lugares abocados al olvido y lograr que se sostengan mutuamente como islas invisibles que no figuraban en los mapas, ciudades de las que nadie ha confesado regresar, extrarradios que orbitan aquella oculta palabra que jamás será pronunciada. (Alberto Guirao, fragmento del prólogo)